Por
Denisse Espinoza
Entrevista

La artista chilena que ha centrado su práctica en las relaciones multiespecie —a través de la mezcla de elementos aparentemente contradictorios como el pasado y el presente, lo análogo y lo digital, lo científico y lo espiritual— acaba de ser reconocida con el Premio Internacional de Arte Marta García-Fajardo por la consistencia de su trayectoria y la originalidad con que articula distintos saberes. En agosto presenta su video "La balada de las sirenas secas" en el GAM, y en octubre estará en la Bienal de Artes Mediales de Santiago con la pieza "Tres lunas más abajo".

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Para varios, quizás para todos, la pandemia significó, al menos por un tiempo, el desmoronamiento de los sistema de relaciones, el cuestionamiento de cómo nos organizamos en lo laboral y de lo dependiente que nos hemos vuelto de las máquinas. En Chile, particularmente, provocó una pausa a la revuelta social y obligó a todos a ir más lento y encerrarse en sus casas. A nivel planetario, el ecosistema salió beneficiado. Los índices de contaminación bajaron y cientos de especies volvieron a habitar lugares apropiados por el ser humano.

Para la artista Patricia Domínguez (Santiago, 1984) significó tomar la decisión de irse a vivir a Puchuncaví, un lugar emblemático en Chile por su lucha medioambiental.  Esta mudanza no solo fue un cambio geográfico, sino que también profundizó su compromiso con el activismo y la defensa del territorio, permeando directamente en su práctica artística. Ya en 2019, la artista participó en un conversatorio donde conoció a Rodrigo Mundaca, agrónomo y activista miembro de Modatima (Movimiento de Defensa por el acceso al Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente) y hoy Gobernador de la Región de Valparaíso, quien la acercó a la realidad de escasez de agua de Petorca. “Fue la primera vez que me cuestioné sobre qué puedo decir yo desde el arte sobre un drama tan real y fue él mismo quien me dijo que el arte es el alma colectiva del pueblo. Con el tiempo me he dado cuenta que sí, que lo que puedo aportar es crear pensamientos y situaciones nuevas, abrir posibilidades. Quizás el arte no tiene una injerencia tan inmediata en el activismo, pero sí tiene un free pass al psiquismo de las personas, y desde ahí se pueden mover cosas, conectar desde la emoción”, dice Domínguez.

Gracias a su amistad con Mundaca, la artista conoció a Las mujeres del agua, un grupo de mujeres que dedican su vida a la lucha por el acceso a los recursos hídricos en Petorca y que se transformaron en protagonistas de su video La balada de las sirenas secas, comisionada y producida para el Thyssen-Bornemisza de España y curada por Soledad Gutiérrez, que se exhibirá a partir del 28 de agosto, a las 19:00 horas en el BiblioGAM, como parte de la Semana de la Migración.

Vivir en Puchuncaví, alejada de los centros de arte, también fue una decisión para conectarse con un mundo más natural. “Mi investigación es tan personal que me hace sentido estar acá, tener contacto con la tierra, los seres vegetales, poder tener un jardín, cuidar a mis caballos con los que también trabajo. Viví años en Nueva York lo que fue super transformador, pero al final necesitaba una conexión con la tierra, con lo real y gracias al universo lo he podido sostener: tener proyectos afuera, postular a fondos y seguir activa”, explica la artista.

Entre sus proyectos más importantes y recientes está la residencia Simetría –co-organizada por la Corporación Chilena de Video y Artes Electrónica–, que le dio la oportunidad de visitar tres de los centros de investigación científica más importantes del mundo; el CERN en Ginebra (Suiza), y dos observatorios astronómicos en Chile, ALMA (Atacama Large Millimeter/submillimeter Array) en las alturas de San Pedro de Atacama y el Observatorio Paranal, donde se ubica el Very Large Telescope (VLT). De esa experiencia, nació la película de 53:53 minutos, Tres lunas más abajo, una exploración cinematográfica que cruza los reinos espiritual y cuántico. En ella converge el universo de los experimentos de los observatorios astronómicos con los antiguos petroglífos del desierto de Atacama, creando portales que transportan a la protagonista y a su compañero robótico, un pájaro, a realidades de otro mundo. La obra será parte de la programación de la Bienal de Artes Mediales (BAM) en octubre. 

En el trabajo de Domínguez elementos diversos amalgaman el pasado y el presente, lo análogo y lo digital, lo científico y lo espiritual. En su proceso creativo opera la meditación, el dibujo en croqueras y la experimentación con diversos materiales. Las imágenes para sus obras a menudo surgen de estados meditativos y sueños, permitiéndole crear narrativas complejas y mitológicas que trascienden la linealidad de la mente. La artista no cree en las disciplinas separadas, para ella "la vida entera está abierta", y el arte es el espacio idóneo para proponer nuevas relaciones y maneras de pensar el presente.

El díptico escultórico Yerbateras (2023), por ejemplo, galardonado con el Premio Internacional de Arte Marta García-Fajardo y adquirido para la colección del Centro de Arte FMJJ, son un homenaje a los saberes ancestrales de sanación y una crítica a la corporativización del bienestar. Estas piezas combinan cerámica, plantas medicinales y materiales industriales, superponiendo referencias digitales y cosmologías tradicionales para generar formas rituales. A través de su trabajo, la artista busca "hackear el mundo capitalista", utilizando sus propias herramientas para resignificar y traer al cuerpo lo que se digitaliza, buscando siempre el bienestar común.

Vista de la instalación 'Yerbateras' de la artista Patricia Domínguez en The RYDER, 2024

Tu trabajo es una convergencia de muchos elementos, ¿cómo los seleccionas y decides cuándo una obra está completa?
Mi investigación no es una investigación formal. Todo lo que ocurre en mi trabajo, primero pasa por una conexión emocional y después pasa a la obra. Muchas de las cosas requieren que aprenda primero, o que tenga una vinculación o historia personal. Después de un tiempo, decido hacer la obra. Por eso, mi trabajo recoge mucho el vivir en zonas extraídas y tierras llenas de conocimiento espiritual, curación e historias personales. Creo que en mis obras, como en los sueños, todo tipo de referencias entra, hay una materialización onírica que inspira cómo se digiere la vida a través de los trabajos, ahí pasan a la acuarela o al video. Son como diarios de vida, pero nunca son exactamente sobre mí.

¿Cómo anotas tus ideas y trabajas en el proceso de internalizar esos sentires?
Hoy uso mucho la meditación. Me siento a meditar y voy recopilando imágenes que se me vienen y que me muestran cómo hablar de los temas. Es como una especie de ficción espiritual, creando imágenes que encarnen la energía que quiero transmitir. Para eso, paso mucho tiempo meditando, dibujando en mis croqueras. Entonces, cuando hago videos, reviso ese material y muchas imágenes salen de ahí para armar la narrativa. Aprecio mucho esas imágenes que vienen de la meditación y los sueños porque son más complejas, mitológicas, y dicen más que lo que podría imaginar sentada en el taller.

Además de la meditación y el dibujo, ¿hay otras fuentes de alimentación para tu obra, como lecturas o conversaciones?
Sí, totalmente. Ahora estoy estudiando con una terapeuta alemana que hace terapia energética con caballos y a partir de eso hago ejercicios con los caballos, y de ahí salen dibujos. Mi idea es hacer una obra a partir de esa experiencia que hable sobre la coherencia cardíaca con caballos. Hace nueve años también que estudio con una chilena que vive en Brasil que tiene una relación muy profunda con las plantas y con ella he aprendido mucho. Ella me enseñó a meditar con las plantas, a hacer limpiezas y altares.

Algo similar pasó con uno de sus obras más reconocidas: Matrix Vegetal (2023), que nació a partir de su aprendizaje con el curandero peruano Amador Aniceto, quien la ayudó a conectar de otra forma con el lenguaje y conocimiento ancestral de las plantas, ampliando su percepción del mundo físico y espiritual. El video y la instalación Matrix Vegetal grafica la idea de que hay una energía que conecta a todos los seres vivos y objetos de la Tierra, algo que la artista llama “pensamiento cuántico sudamericano”. Yerbateras, de hecho, la obra que acaba de ser premiada, nació justo después de que exhibiera Matrix Vegetal en España. “Me ofrecieron colaborar con ceramistas y con ellas inventé estás esculturas, especie de mujeres yerbateras, con ‘pelos digitales’ que ofrecen flores, incienso, hierba y cúrcuma, para traer al presente las imágenes de las miles de mujeres que trabajan con plantas hasta el día de hoy”, cuenta.

Has descrito tu obra como un "ritual para sobrevivir del contexto actual". ¿Cómo llegaste a incorporar la estrategia del ritual como parte de tu trabajo?
Partí de forma muy intuitiva. Me pasó de casualidad un poco que, por ejemplo, en la obra Los ojos serán lo último en pixelarse (2016) –que rastrea y actualiza la imagen latinoamericana del conquistador español y su caballo– el personaje va escaneando a un caballo en una especie de despedida y efectivamente el video actúa como un ritual de despedida. En mi obra Eres un princeso (2013) – el video también actúa como ritual para ensalzar a un chico y su conexión personal con un caballo blanco, la imagen parece un santito. Mis obras son rituales que mueven jerarquías sociales y culturales. Creo que, muy orgánicamente, los videos se han ido convirtiendo en registros de esos rituales o rituales en sí mismos, como una forma de recoregrafiar las relaciones de poder para mostrar una nueva forma de estar o de honrar a seres en situaciones complejas, de dominación o de extinción.

Siento que hubo un giro en tu obras en el que pasaste de estar muy involucrada con el activismo y organizaciones medioambientales a un lugar mucho más espiritual y abstracto. ¿Es así?
Tuve una crisis sobre todo luego del estallido social y cuando me vine a vivir a Puchuncaví, porque hubo un momento en que incluso desde Modatima me ofrecieron ser concejala, y es algo que agradecí por la confianza máxima que pusieron en mi, pero eso significaba dejar de ser artista. El camino del activismo es muy duro y hay mucha violencia también. En 2021 colapsé y me di cuenta de que necesitaba aprender de otros seres no violentos, de las plantas, aprender a ser solidaria. Entonces aproveché la comisión del Cern y ESO que fueron como mis primeras dos puertas a lo invisible, para poder ir conectando con otras formas de entender la vida. También fue el momento en que viajé a Perú para aprender con Amador de la ciencia vegetal, que siempre he sentido que es mucho más profunda. Sigo considerándome activista, pero mi manera de aportar es a través del arte, de proponer nuevas relaciones no violentas de convivir. 

Escrito por

Denisse Espinoza

Periodista egresada de la Universidad de Santiago de Chile. Trabajó durante una década en la sección Cultura de La Tercera, donde cubrió temas de artes visuales, arquitectura y fotografía. Fue jefa de contenidos de Fundación Teatro a Mil. Hoy es subeditora de revista Palabra Pública.

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