La artista medial inaugura su pieza "Entrelazamientos" este 15 de abril, como parte del proyecto de Ciencia Pública "La caja cuántica, viaje a través de la luz", una instalación lumínica que trabajó junto a Carla Hermann, investigadora del Instituto Milenio de Investigación en Óptica (MIRO), y que tuvo su estreno en el Teatro Biobío de Concepción en 2024.
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Era agosto de 2005 y al Museo de Arte Contemporáneo de Quinta Normal llegaba directo desde Alemania Una larga historia con muchos nudos, una retrospectiva sobre el movimiento Fluxus que reunía instalaciones, videos y fotos de obras icónicas de 1962 a 1994. Por primera vez en el país, podían verse reunidas obras de artistas emblemáticos como John Cage, Wolf Vostell, Joseph Beuys y Nam June Paik, quienes revolucionaron la escena mundial al cuestionar el objeto artístico tradicional como mercancía, proclamando que cualquier acción por efímera o intangible que fuese podía ser arte.
Elisa Balmaceda (1985) todavía estaba estudiando el pregrado de Arte en la U. Católica cuando vio la muestra y quedó maravillada. Fue la chispa que encendió una curiosidad que la llevó a pensar fuera de la caja y a explorar otras disciplinas y materialidades. “Me fascinó mucho y luego hice mi proyecto final, que fue una especie de robot ensamblaje, con chatarra electrónica muy artesanal, que tenía muchas conexiones con Nam June Paik. Diría que esa fue como de las primeras cosas que me llevó a querer ir a Alemania”, recuerda la artista que luego estudió un magister de Artes Mediales en la Academy of Media Arts de Colonia, donde profundizó en las intersecciones entre naturaleza, arte, ciencia y tecnología.
Sentada en la cafetería del Museo Interactivo Mirador (MIM), donde inaugurará este martes 15 de abril una de sus últimas obras - Entrelazamiento-, la artista recuerda sus inicios en el arte y valora poder mostrar su trabajo en distintos contextos que no sean propiamente artísticos. “Me interesa salirme del espacio museal o galerístico, me enriquece y me parece muy necesario y coherente con una práctica que es transdisciplinar, que mezcla áreas del conocimiento. Me gusta mucho que el público de acá sean niños, niñas y jóvenes, porque lo experimentan y lo recorren de manera más sensorial, como un juego. Para mi el tema del juego es esencial en el proceso artístico, sobre todo en el taller, donde se experimenta y se arman las piezas. Creo que ese espíritu es algo que el arte y la ciencia comparten”, dice Balmaceda.
La caja cuántica, originalmente, se inauguró en abril de 2024 en el Teatro del Biobío, Concepción, como un proyecto de Ciencia Pública del Instituto Milenio de Investigación en Óptica (MIRO) quienes invitaron a la artista a concebir instalaciones de arte basada en dos principios de la física cuántica: el patrón de transferencia y el entrelazamiento cuántico. Para la primera, la artista colocó al interior de una arquitectura efímera, un cubo de vidrio con agua del río Biobío, donde se generan ondas esféricas que se proyectan gracias a la vibración de un motor, una luz y dos espejos. La proyección crea un patrón óptico de interferencia, transformando a la vez a los visitantes en sombras del sistema óptico proyectado. Para la segunda, propuso un recorrido que sigue el camino de una luz láser que es divida en haces paralelos y viaja en forma entrelazada por el espacio-tiempo de la cámara oscura, siendo redirigida por diversos espejos y lentes hacia una proyección ubicada al final de la sala. Esta última cámara de “entrelazamiento cuántico” es la que ahora llega en una nueva versión al MIM hasta agosto, en el marco de las celebraciones por el centenario de la Ciencia y las Tecnologías Cuánticas, declarada por la UNESCO para destacar el aporte de esta área de la física al desarrollo de la humanidad.
¿Cómo se produjo el trabajo interdisciplinario para la creación de esta obra en particular?
Estuve más o menos un año visitando laboratorios de MIRO, entre ellos el laboratorio de Carla Hermann, quien es la física a cargo de los contenidos de la muestra, para poder intercambiar y entender en forma experimental cómo funciona la física cuántica y poder crear una propuesta expandida que toma principios de este campo científico y los lleva a una experiencia sensible. Además de Carla, está el equipo técnico con quien trabajé la óptica (Benjamin Sepúlveda), un arquitecto a cargo de la construcción de las cámaras oscuras diseñadas para acoplar la óptica (Luis Balmaceda), y también está Paulina Andrade que es parte de comunicaciones de Miro y directora del proyecto.
En su laboratorio, Carla usa láser infrarrojo, una frecuencia lumínica (o color) que los humanos no podemos ver, ellos hacen sus estudios usando instrumentos para medir el rango de frecuencia energético, porque en física cuántica todo sucede a nivel atómico, de partículas invisibles, y claro lo que hago yo es llevarlo a una escala más grande para que sea perceptible. Lo que hago no tiene tanto que ver con el conocimiento y la ciencia como algo racional, sino más bien como una expansión o como una experiencia más de este fenómeno de la luz, la óptica, la física y su relación más sensorial y sensible con el cuerpo y el espacio y el tiempo. En el caso de la obra, yo uso un láser verde porque es el color del espectro que más vemos o somos más sensibles como especie, entonces con todo el recorrido que los haces de luz entrelazada hacen por la sala era el color que iba perdiendo menos intensidad. El público puede recorrer el circuito e ir interviniendo el recorrido de la luz como también interactuar con el prisma de agua e ir entendiendo de manera sensible cómo se produce el fenómeno.
En su trayectoria, Balmaceda ha recurrido a distintos campos del saber, explorando por ejemplo la ecología, la tecnología, la cosmología; creando obras que usan la luz, el sonido, la video-instalación y el trabajo de campo. Su quehacer explora lo humano y no humano y las distintas relaciones y fuerzas que las unen.
Entre sus proyectos están, sólo por nombrar algunos, El cielo que cae, expuesto en 2016 en Colonia, con los resultados de su residencia en Quillagua, un antiguo oasis en el desierto de Atacama, donde intervino un cráter del Valle de los Meteoritos, con mantas de emergencia reflectantes, reflejando el azul del cielo lo que generaba un espejismo de poza de agua que iba cambiando según el punto de vista de observación. La obra se presentó a través de una video-instalación, fotos y un libro de artista. En 2020 instaló Cámara solar, un observatorio efímero en el bosque de Fontelo, Portugal, donde se pudo observar el equinoccio del 21 de junio de ese año; y al año siguiente se internó en el Bosque Pehuén en la Araucanía Andina, en vísperas de un eclipse solar total, para registrar en el video-collage Umbra, sus distintas observaciones, sonoras, auditivas y sensoriales del lugar.
Ahora, en paralelo a su obra en el MIM, exhibe hasta mayo en el Museo de Arte de Sonora en México su película experimental Infra (análogos terrestres), que registra su experiencia en los desiertos de Sonora y Atacama, lugares que comparten características geológicas, climáticas o ambientales con otros planetas u otros cuerpos celestes. Mediante grabaciones de infrasonidos y luz infrarroja, el proyecto conecta salares, volcanes y fenómenos atmosféricos con señales del espacio exterior, interactuando con ecologías más que humanas a escala planetaria.
¿Cómo se inserta La caja cuántica dentro de tu trayectoria de obras anteriores?
Para mí está todo muy relacionado. Siempre me ha interesado el estudio de la luz, el uso de los espejos, de la óptica, la geometría y la física, elementos muy presentes en mis trabajos. De un tiempo hasta ahora buena parte de mi trabajo se ha enfocado en seguir y plasmar alineaciones de diferentes tipos. He trabajado mucho con los ciclos planetarios, cósmicos, y cómo se alinea el Sol en ciertas fechas del calendario, que son los solsticios y los equinoccios y cómo eso se conecta con las montañas. Entonces, por ejemplo, filmé una alineación que es parte del video que estoy mostrando en el Museo de Arte de Sonora y que muestra el momento exacto en que se alinea la salida del Sol con el volcán Licancabur en San Pedro de Atacama, un encuentro que pasa una vez al año, y que además coincide con un momento muy significativo tanto para la Tierra como para las comunidades que viven allí. Este tipo de conexiones se va repitiendo con esta instalación de ahora. Todo el sistema tiene que ver con cómo se alinea la luz en el espacio y lo recorre en forma entrelazada, interconectada. Todo ese recorrido depende de la alineación de los elementos, que tienen que estar a una cierta altura, en ciertos ángulos, todo debe coincidir.
Esta es primera vez que trabajas con conceptos de física cuántica ¿Qué fue lo que más te atrajo?
Tuve un primer acercamiento a la física cuántica a través de la filósofa y física Karen Barad, que me gusta mucho. Me parece muy interesante e inspirador cómo este campo y su filosofía rompen con paradigmas de la ciencia clásica y moderna, y cómo plantea ideas filosóficas que pueden trasladarse a otras áreas, como la noción de que el tiempo no es lineal—algo que he explorado en mi obra. En Occidente predominan visiones lineales del tiempo y el espacio, pero otras culturas, como la andina o la mapuche, entienden estos conceptos de forma cíclica y multidimensional. En el fondo, creo que tanto el arte como la física cuántica potencian formas no lineales y multidimensionales de entender el tiempo, el espacio y la materia, cuestionan la idea de una única realidad tangible, visible, proponiendo en cambio una multiplicidad de dimensiones, eventos y conexiones. Son esos cruces los que guían e inspiran mi investigación artística.
Periodista egresada de la Universidad de Santiago de Chile. Trabajó durante una década en la sección Cultura de La Tercera, donde cubrió temas de artes visuales, arquitectura y fotografía. Fue periodista de la revista Palabra Pública. Hoy es jefa de contenidos de Fundación Teatro a Mil.
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